jueves, 12 de marzo de 2009

Cuento

AMAR A UN HIJO

–“Se llama Maribel, y es la décima o vigésima vez que la veo por aquí, en la iglesia. Siempre está buscando a su hijo, Tulio. Al parecer sin mucho éxito”.
–“Sin embargo, es la primera vez que yo la veo”.
–“Eso es porque eres nueva aún aquí. Pero con el tiempo, verás que cada una tiene una especie de hábito que las sume en una misteriosa monotonía, las vuelve sonámbulas que jamás despertaran, viajando en la noche, en medio de la vida, mientras otros duermen y descansan en paz”.

¿Quién era Maribel Ordóñez? Acaso sólo una mujer que hacía tiempo rondaba por los banquillos de la iglesia, vestida de blanco sucio; pues siempre se negaba a cambiarse de atuendo. Cierta vez, alguien le inquirió el motivo por el cual vestía siempre igual y ella respondió: “Estoy buscando a mi hijo Tulio. Y temo que no me reconozca si cambio mi apariencia, pues fue este mismo vestido el que usé la noche en que se despidió de mí”.

“¿Has visto a mi hijo?”, preguntaba a quien encontrara y la atravesara por entero, cual si fuera un tenue halo de humo gris. La gente ni caso le hacía. Ni la miraban. A nadie parecía importarle aquella madre solitaria y angustiada.

“¡No me iré hasta encontrar a mi Tulio!”, sentenció una tarde, mientras vagaba entre los escaños, deteniéndose por momentos frente a las estatuas de la Virgen María y el Cristo crucificado, para rezarles, pero sin éxito. Ni siquiera Dios le contestaba a la pobre, esperanzada en hallar a su hijo algún día. A veces, solía sentarse en las largas bancas de madera apolillada, a la hora de la misa. Escuchaba las palabras del sacerdote, horas tras horas semi dormida.

“¿Dónde se habrá metido mi Tulio? De hambre debe estar muriendo”. Quería hallarlo para cocinarle su arroz con pollo, freírle en la sartén su tacu-tacu chamuscado, como a él le encantaba. Quería mimarlo como siempre, aunque luego él le dijera que ya no era un niño, que ya era todo un hombre. “¿Has visto a mi hijo? Díganle que lo anda buscando su mamá, sin desmayo...”

–“Ni miran a la pobre...”
–“Pero ella seguirá buscando a su hijo hasta que lo encuentre, así tenga que vender su alma al Diablo”.

Tulio tenía treinta años cuando se marchó del pueblo. No tenía que perder o ganar. Había pasado toda su vida junto a su madre, comiendo y bebiendo del esfuerzo de la anciana mujer, que en aquél entonces, como Tulio tardó en notar, empezaba a extinguírsele la vida, como un cirio. Era como si se secara por dentro. Tulio se percató de ello. Fue entonces cuando creyó que debía irse. No podría soportar las imputaciones de los vecinos que le reprocharían el modo en que había explotado el espíritu de su madre cuando le trataba con violencia, o que le recriminaran lo inútil que era. “¡Ni freír un huevo, ni calentar el agua, sabe!”. Lo acusarían de todo, hasta del prolongado aullido del enjuto perro del párroco que, endemoniado, una noche se subió al techo de la iglesia aullando un tétrico ¡auu…! Parecía que algo le dolía al “Mandrake” –así le puso de nombre el sacerdote, para burla de todos. El párroco juraba que su perro podía adivinar el día en que alguien fallecería. “¡Este fin de semana habrá entierro!”, auguraba. “Sabe… mi perro predice la muerte...” –susurraba a los que acudían al confesionario los domingos.

Cuando el perro del sacerdote enmudeció misteriosamente, Tulio se fue del pueblo la misma noche en que un gran número de hombres y mujeres atiborraron la casa de Maribel, quien dormía, soñando con el mar, al que sólo había visto en figuritas y cuadros. Soñando que sólo había sido feliz con su hijo, a quien adoraría siempre; aunque Maribel nunca comprendiera por qué su hijo mojaba con sus lágrimas su arrugado rostro. Por qué razón la dejaba. Por qué se despedía de ella. Mucho peor, jamás comprendió con qué derecho la calatearon esa noche tres hombres que jamás vio en vida, para ponerle el mismo vestido blanco y sucio que aún hoy vestía, mientras ella llamaba a gritos a su único hijo. Quería entender por qué la metían en ese cajón frío y negro, donde se durmió incómoda y contra su voluntad; para después levantarse en las noches colmada de amor, dispuesta siempre a cuidar de su eterno niño, uniéndose al resto de almas; mientras Tulio, de pie y a un lado, entre sollozos, arrepentido tal vez por su equivocada conducta, vertía tierra sobre su vieja madre. Maribel, claro, nunca más volvió a verlo, aunque siguiera buscándolo noches tras noches por los pasillos de la iglesia, con la remota esperanza de encontrarlo y darle un beso y vivir, sí, de ser posible, si Dios lo quisiera, toda una eternidad a su lado, amándolo como sólo una madre puede amar a un hijo.

viernes, 6 de marzo de 2009

Premian cuento de Arturo Valverde

Por Día Internacional de la Mujer

Con motivo de las celebraciones por el Día Internacional de la Mujer, el Ministerio de la Mujer y Desarrollo Social (MIMDES), organizó el Concurso de Cuentos Cortos a nivel nacional, con el fin de realzar el importante rol que cumple la mujer peruana en nuestra sociedad.

El jurado conformado por:


Rocío Silva Santisteban Manrique (escritora, docente universitaria, columnista de El Dominical de la República)


Violeta Barrientos Silva (poetisa, crítica literaria)


Martha Meier Miró Quesada (Editora de El Suplemento Dominical de El Comercio)


El concurso que tuvo una masiva participación de todos los sectores del MIMDES, otorgaron el tercer puesto al cuento "Amar a un hijo" del autor Arturo Valverde.

El escritor fue premiado por la ministra de la Mujer y Desarrollo Social, Carmen Vildoso Chirinos.




miércoles, 4 de marzo de 2009

¿Qué estás leyendo?

Planeta

¿Crees en la presencia de seres extraterrestres en la Tierra? ¿Crees en la existencia de Gigantes en el pasado? ¿Crees en la Alquimia? ¿Existe el problema de los platos voladores? ¿Los monos son casi hombres? ¿Cómo se creó el Amor? ¿El cuerpo humano puede volar?... si aún no has encontrado respuestas a estas preguntas tal vez te interesaría mucho leer la revista Planeta.

Hace unas semanas cumplí uno de mis más grandes deseos. Iniciar mi colección de revistas Planeta. Esa maravillosa y fantástica revista dirigida por Louis Pauwels y Jacques Bergier, dos de mis autores predilectos.
Un amigo que suele ofrecerme libros tenía en su poder una gran parte de números publicados por esta revista, y desde que los adquirí he iniciado la lectura de cada uno de los ejemplares que han caído en mis manos.

La revista aborda temas esotéricos, así como Física, Teorías del Espacio, Viajes Espaciales, sin desligarse de la realidad, y una serie de temas que despertan el interés de todo curioso, además de la calidad y renombre de los hombres y mujeres que escribían para la Revista, o las entrevistas que en ella se han publicado a grandes figuras de la ciencia como del arte. Realmente Planeta, como todos los trabajos que ha publicado Louis Pauwels, son cautivantes.

Debo confesar que siempre me han atraído estos temas, desde muy niño. Una inmensa curiosidad me ha llevado desde aquellos años, ha rebuscar entre esas historias llenas de misterio, de mundos perdidos, de viajes a través del espacio, de la precencia de gigantes en nuestro planeta, así como durante parte de mi adolescencia, me dediqué junto a un grupo selecto de amigos, a profundizar en la posibilidad y práctica de la meditación y viajes astrales. Una experiencia fascinante.

Las portadas de las revistas también son una maravilla. Si pudiera, creo que haría de cada una un cuadro, y los colgaría en las paredes de mi habitación, junto a la pequeña réplica de un hombre que tengo en la biblioteca de mi casa, de alguna cultura que no he podido determinar.

El misterio siempre ronda en nuestra vida. Alguna vez leí en algún libro, que el temor por desconocido es un temor poco tonto. Al contrario debemos sentirnos motivados por lo desconocido. Eso me recuerda otra frase, de un pintor, no recuerdo si Miguel Angel o si era el increíble Da Vinci, quien dijo algo así como "aquello que no nos incita a morir, no nos excita a vivir", creo que lo leí en los textos de Ortega y Gasset cuando tenía trece años.

De allí que siempre me han excitado esta clase de temas, tan sorprendentes, tanto que hace unos días me he dedicado a conseguir, a través de la internet, la película "El Mensaje de los Dioses" de Erich Von Daniken, se las recomiendo.
Creo que la fascinación que despiertan en mi estos temas, se deben al mismo tiempo a las historias mágicas que me contaban cuando era más enano.
Además está la constante en vida de sentirme siempre tan cerca del mundo de los muertos. En contacto con la otra vida. En comunicación permanente con las estrellas. ¿Acaso ustedes no?.
Yo solía subir a la azotea para contemplar el orden geométrico que dibujaban las estrellas, al tiempo en que las comparaba con las fotografías de un viejo libro.

Por último, les diré que si les atrae este tipo de lecturas, traten de leer a G. Gurdjieff. No les digo quién es o de qué se trata, descubranlo ustedes mismos.