La Casa de la Literatura Peruana, en la antigua estación ferroviaria de Desamparados, acoge un programa para niños y abuelos ligados por un cariño común hacia los cuentos.
Escribe: Arturo Valverde
 
Manuel Castillo atraviesa la ciudad de Lima, desde el distrito de Carmen de la Legua, con el loable propósito de contar historias a sus cuatrocientos nietos y nietas, una prole ávida y bulliciosa que lo espera en la Casa de la Literatura Peruana del Ministerio de Educación. Antes, ha subido y bajado de varias unidades de transporte público, a las que convierte en auditorios ambulantes donde declama poemas y vende libros al paso. Porque hasta un narrador de cuentos tiene que comer.
 
Es natural de Áncash, está graduado en la ‘universidad de la vida’, y es uno de los cincuenta integrantes del programa Abuelos y Abuelas Cuentacuentos. Es ‘promo’ 2014, es decir, un recién graduado. Similar a sus compañeros, sus clases se iniciaron hace mucho tiempo, cuando aún tenía la cabellera abundante y su mamá se acercaba a su cama para contarle historias, antes de que se durmiera. La mamá tuvo éxito, porque el niño interior de Manuel sigue despierto.
 
“También me contaban cuentos”, le dice, entusiasmada, Julia Arispe, de 71 años, quien no deja de exaltar las cualidades de Manuel. La ‘abuela’ de Julia era su hermana; y sus nietos –ahora– los niños y niñas que lustran el piso con sus uniformes en la Casa de la Literatura Peruana.
 
“¡También escribo canciones y poemas!”, dice ella, siguiendo al pie de la letra el consejo de Regina Alcóver: “¡Escriba lo que sea y como le salga!”, le decía –años atrás– por los parlantes de su radio. Regina sabe; cada edad tiene su belleza.
 
Los niños forman un círculo en el piso, como si estuvieran sentados alrededor del fuego, ese fuego de la sabiduría que mantiene incandescente su fascinación por la magia y el ensueño. Es un rito, soul sacrifice-, percusión a cargo de los niños y niñas que repiquetean con sus pies, al subir y bajar las gradas de la antigua Estación de Desamparados, como un tren fantasma llegando a la puerta de la Casa.
 
Algunos de ellos se distraen con el ruido de lo que pareciera un tren en marcha sobre sus cabezas. Una pequeña, gafas, pasta rosada, contempla a Víctor Hugo Romero, de 76 años –sentado delante de la gigantografía del Puente de los Suspiros–, quien esconde el brillo de sus ojos bajo un sombrero de ala ancha. Él también, abuelo cuentacuento, escucha la marcha de los escolares que siguen llegando y van de sala en sala.
 
“¡Quinua! –exclama, captando la atención de su joven audiencia–; ese es el nombre del grano dorado”. Y sonríe al terminar de revelar un mito aimara.
 
En otra sala, Rosa Farro Becerra se transforma, a sus 68 años, en el dios andino Wiracocha. En esa habitación, los niños y niñas se convierten en imágenes de los templos preíncas. Se incendian, se vuelven aire, agua, tierra, “como la tierra de mi país, rica y fructífera”, dice Rosa, levantándose de su silla, en éxtasis. Cecilia Linares, socióloga de 66 años, retirada, sufre una regresión: vuelve a ser pequeña. “Aquí aprenden los niños de los abuelos, y los abuelos de los niños”, explica, acogedora.
 
UNA LEJANA NOCHE
La vida también es cuento. Si no, que te lo cuente Teresa Morán. Ella, en una lejana noche, cuando era estudiante de arqueología, viajó con José Matos Mar y Hugo Neira al distrito de Pacaraos, en Huaral. “Esa noche, ella fue perseguida por almas, perdió su manto y los alumnos caminaban bajo la Luna, envueltos en frazadas”. ¿Sabrán estos maestros que ya se han convertido en personajes de cuento? Ahora son parte de la tradición oral.
 
La marcha del tren fantasma –que es el paso apurado de los visitantes– se detiene. La Casa de la Literatura Peruana luce solitaria tras la partida de los niños y las niñas que, por más de una hora, pulieron el piso con sus grises faldas y pantalones, que bajaron y subieron gradas, que fueron Wiracocha y fuego y aprendieron que hay que meter el hígado en la refrigeradora antes de salir de casa. “Este segundo que vivimos es muy importante”, les dice Carlos Villena, con la sapiencia de sus 77 años. Ellos aplauden, se levantan, porque el cuento ha terminado y hay que abrir la lonchera.
 
PERÍODO PRODUCTIVO
 Debemos prepararnos para una vejez productiva, opina Rony Puchuri, coordinador del programa Abuelas y Abuelos Cuentacuentos, al precisar que son 51 los adultos mayores que se han sumado a esta cruzada voluntaria. “Desde 2013, hemos atendido a 2,000 niños”, explica el funcionario, para detallar que el programa está dirigido a personas de entre 60 y 75 años de edad que tengan disponibilidad de tiempo y, sobre todo, ánimo de emprender este proyecto. Algunos provienen de Centros de Atención Residencial para Personas Adultas Mayores; otros se inscribieron por iniciativa propia. Ellos han sido capacitados en estrategias de animación de la lectura por la asociación cultural Déjame que te Cuente, a cargo de Cucha del Águila, y están listos para visitar cualquier distrito, albergue o colegio. 
 
 
 
Crónica publicada en el suplemento Variedades del diario oficial El Peruano.
 
Fotos de Melina Mejía.
Edición: César Chaman