Cuando el cabecilla terrorista Abimael
Guzmán fue capturado, tenía 8 años y cursaba el tercer grado de
primaria. Lo poco que recuerdo es la imagen de un hombre gordo y feo en
mi televisor, que me causaba cierto temor al verlo enjaulado,
vociferando y agitando el puño.
El suceso que acercó más a mi familia con
el terrorismo fue cuando dejaron una ‘caja de galletas’ en la puerta de
nuestra casa. En realidad, era una bomba. Mi padre decía: “¡Aléjense de
las ventanas!”
Esa noche, mi familia salió en
televisión. Algunos que recién llegaban de trabajar se encontraron cara a
cara con el despliegue policial que trataba de desactivar el explosivo.
En una segunda ocasión, volverían a
dejarnos otra caja de galletas pero, para nuestra suerte, solo contenía
ropa vieja. Pero el miedo ya estaba en nosotros.
En 2005, mi primo, el mayor PNP Marino
Martínez Palacios, jefe de la dependencia policial de Aucayacu, fue
asesinado por terroristas de Sendero Luminoso junto a siete policías.
Qué orgullo pertenecer a una familia que luchó y lucha contra el
terrorismo.
Asimismo, recuerdo los clásicos
cumpleaños con apagón incluido. Así como las veces en que debíamos usar
los petromax, y mi abuelo y mi padre se turnaban para bombear la lámpara
hasta que encendiera. Mi madre aprovechaba para leerme un cuento a la
luz de las velas. Cuando salíamos a la calle por el Centro de Lima,
recuerdo que mi madre solía decir: “Ese carro viejo parece coche bomba,
mejor crucemos, caminemos rápido”. Sentía que estaba en un videojuego y
alguien se divertía a expensas del sufrimiento de otros.
Como los celulares no eran tan populares
como ahora, siempre debíamos llamar de un teléfono público para avisar
que habíamos llegado bien. Cuando no llamábamos, en casa prendían la
radio y la tele para ver los noticieros.
Ahora que seré padre comprendo la enorme
responsabilidad de contarle a mi hijo lo que pasó aquí. Los años de
terror que sufrimos. A mí no vengan con esa palabrita de “violencia
política”. No, señores. Y lo primero que haré será formarlo como un gran
lector para que nadie lo engañe.
Todos tenemos el deber de contar lo que pasó en nuestro país a las futuras generaciones, para que esta historia no se repita.
Sin embargo, aún hay una bomba en nuestra
casa y se llama Movadef. No esperemos que la mecha encienda y nos
explote a todos en la cara.
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