(segunda parte)
Envuelto en la oscuridad, Velarde encontró la paz en el propio
laberinto de sus pensamientos. Cerró los ojos. Se imaginó libre por el
jardín, recogiendo de la tierra los trozos desperdigados de galletas y
dulces, cuando sus ojos se iluminaron con un hilo de luz que descendía
desde lo alto. “Sí –se dijo– la oscuridad siempre precede a la luz”.
Se levantó y siguió el rayo que parecía elevarlo de la matriz del
laberinto que lo había albergado, como un hijo en el vientre de su
madre.
Escaló por los muros siempre con dirección hacia la luz, que aumentaba su resplandor.
La salida estaba cada vez más cerca, cuando repentinamente la boca
del túnel empezó a cerrarse, eclipsada por un sol negro que al mismo
tiempo emitía ruidos y voces que producían un fuerte estruendo. Velarde,
intentó cubrirse los oídos pero el sonido retumbaba con mayor
intensidad.
Entonces cerró los ojos y pensó en esa luz, en su interior, la luz
que habría de guiarlo. Avanzó contra el ensordecedor sonido. El
laberinto comenzó a sacudirse. Las rocas se destruían unas contra otras y
el sol, aquél astro negro, reinició su ciclo de rotación sobre el
cielo, dando paso a la claridad. Estaba muy cerca de alcanzar la
libertad. Asomó por el hoyo del laberinto y vio el verde jardín,
esperándolo. Sólo debía tomar impulso, lanzarse al exterior, y el césped
lo recibiría como un colchón fresco.
- Es ahora o nunca –se dijo.
Se lanzó.
El viento recibió su cuerpo mientras caía lentamente sobre el jardín
que, a esa hora, estaba atestado de estudiantes que se tumbaban sobre
sus mochilas antes de ingresar a sus clases, en la universidad.
- ¡Hey, Dante, el profe ya llegó!
El muchacho se quitó los auriculares de los oídos.
Sonaba una canción de Led Zeppelin en su Ipod. Immigrant song.
- ¡Qué dices! –le preguntó.
- El profe, Dante. Tenemos clases de biología –dijo la chica.
Estaba aturdido.
- ¿Qué sucede?
- Nada, es que sentí como si un bicho caminara dentro de mi oreja –dijo.
Se rascó con la uña larga del meñique y extrajo algo de cerumen.
La joven puso cara de asco.
- A lo mejor estaba soñando –se dijo.
- Eso, o tienes la cabeza llena de hormigas y bicho raros, querido.
La joven se rió, le dio un beso y se fueron juntos.
En el césped, un prisionero corría a prisa:
- ¡Libertad! ¡Libertad! –gritaba.
Cuento publicado en la revista Correo Semanal. De la obra: “Tiempos de guerra – 20 cuentos sobre pasiones humanas”
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