Una de las experiencias innovadoras que
pude conocer para fomentar la imaginación y la creatividad en los
alumnos fue la creación del cuaderno Composiciones, técnica educativa
impulsada por el profesor Nicolás Astete Carbajal.
Conocí al educador cuando tuve ocasión de
ingresar al colegio La Salle de Lima. Un año atrás, había dejado mi
escuela local para iniciar mi educación secundaria en tan insigne
institución.
Nicolás Astete tenía a su cargo el curso
de Lenguaje y Literatura por dos horas, de seguro las únicas que he
esperado con mayores ansias y alegría, tanto como las clases de Historia
del Perú. Sin embargo, más allá de ocuparse de dictar sobre la historia
de la literatura, tenía una propuesta que suponía llevar dos cuadernos:
uno íntegramente para el curso que llamaremos ‘oficial’ y un segundo
cuaderno que llamaremos de ‘composiciones’, porque a decir de él
nosotros podíamos ponerle el nombre que más nos gustara.
El mío se llamó ‘El Mirador’ y contenía
poemas, canciones, caricaturas, chistes y algunas muy incipientes y
juveniles crónicas sobre la vida escolar en La Salle. Los alumnos (en
ese entonces la secundaria era para varones) tenían la posibilidad de
escribir lo que quisieran. ¿Nota? No había 0 ni 20. Solo debías
escribir. Porque al final, como quería darnos a entender el profesor,
siempre hay algo que expresar.
Qué importante fue para aquel grupo de
jóvenes hombres contar con un medio para comunicar nuestras emociones y
sueños en una edad donde la imaginación está en ebullición permanente.
En mi caso, sirvió de gran estímulo para escribir mis primeros cuentos
por aquel entonces hasta hoy.
El cuaderno de ‘composiciones’ incitaba a
la creación y la libertad de los jóvenes unido a la empatía del
profesor para con sus alumnos, a quienes regalaba una sonrisa debajo de
aquel bigote entrecano.
Algo más. Promovía el lenguaje de señas
desde que ingresaba al aula como una forma de potenciar al máximo el
entendimiento humano. Tampoco faltaban las horas de lectura, tan
importantes en la formación del estudiante.
Experiencias de este tipo deben
reproducirse en otras instituciones educativas, tomando en cuenta que
los maestros están llamados a ir más allá de enseñar un curso, como los
alumnos a tener la voluntad de aprender más allá de lo aprendido en las
aulas.
Por último, cuando llegue el momento de
abandonar las aulas, los alumnos tendrán a la creatividad como una
herramienta para enfrentar la realidad.
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